La competición es buena como método de aprendizaje, no como el fin. En una competición se aprende a ganar, a perder, a gestionar la frustración, a entender que las cosas no llegan cuando uno quiere, a hacer amigos y a intentar superarse.
– El ejemplo que los padres transmiten a los hijos es muy importante. Si los padres actúan y se muestran con una actitud competitiva ante cualquier situación laboral o familiar, los hijos lo imitarán.
– Educa a tu hijo para que tome las decisiones de sus asuntos y deja que se equivoque, además de aprender a superar retos, entenderá que todo no va a salirle bien en la vida y tendrá que asimilarlo.
– Enseña a tu hijo a tener una actitud positiva ante la vida. Si no logra un objetivo, en vez de decirle que no ha salido, tu discurso ha de ser: que tienes que hacer para que te salga.
– Una faceta que más competitivos hace a los niños y que más frustraciones les provoca es el no aceptarse o quererse tal y como son. Viven en si yo fuera como ese, si tuviera lo del otro… Y se empeñan en intentar competir contra ellos mismos o demostrar que son mejor que los otros. Enséñale a aceptarse como es valorando sus cualidades y reforzando lo que haga bien.
– No compares a tu hijo con hermanos, amigos o compañeros. El sentirse comparado no es garantía de que vaya a hacer lo necesario para llegar donde está el otro. Lo más habitual es que ni lo intente, piense que su padre o su madre no le quiere porque no es como quieren que sea y además genere conflictos entre ellos. Muy acentuados cuando son hermanos.